domingo, 24 de noviembre de 2013

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Ideas peligrosas pasaron por su mente. Si no atiende, me mato. Se debía a la cantidad de novelas de corazón que había en la casa (una casa llena de mujeres, viejas, solas, enamoradas de héroes que no existirían jamás en el bar o en la iglesia del pueblo. Quizás- todas lo esperaban- en la ciudad). No iba a matarse realmente, pero lo pensaba por la misma razón que hacía que llamara en camisón. Le parecía que una heroína tenía que escuchar el tono del teléfono como si estuviera a punto de tener un ataque de nervios, solo posible en camisón. Ah, si hubiera habido cigarrillos en la casa, ¡qué distinción! No importaba, una podía arreglarse con lo que había.
Agradecía que no hubiera nadie en la casa. Todas, por diversas razones habían salido, no importaba porqué. Alguien levantó el teléfono del otro lado y lo volvió a colgar. Así, sin palabra o respiración alguna. Sin arrepentimiento. El timbre del teléfono, del otro lado, había sido solo una molestia fácil de apagar. Se acomodó la tira del camisón que se le había caído, cruzó las piernas y se quedó quieta, inmóvil, sin saber como reaccionar con lo que había ocurrido por afuera del guión.

1 comentario:

  1. Un final en el que se matase no habría sido posible, nunca se hace lo que no está en el guión.

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Sé que tenés algo que decir, todos tienen algo que decir.
Contame, no me gusta hablar sola.